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Viene diciéndose que el nacionalismo moderado en Euskadi parece hoy más moderado que nunca. En comparación con el catalán actual, será.

El 11 de septiembre Ortuzar saluda a Más en la Diada en la primera fila de los dirigentes golpistas. Hace unos meses Aitor Esteban caminaba sonriente, indudablemente a gusto, junto a Homs en su recorrido al Tribunal Supremo. También (29 de junio 2017) hemos escuchado a Ortúzar animando a EH Bildu a “seguir el camino” del alcalde de Rentería que leyó un (medido) discurso (aparentemente franco) de perdón ante familias de unas víctimas asesinadas en el pueblo. El presidente del PNV elogió el gesto del regidor del ayuntamiento gobernado por la izquierda abertzale considerándolo como “el más importante de los últimos años”. No recuerdo al señor Ortuzar aplaudiendo alguno de la infinidad de gestos mucho más valientes que se dieron contra el terrorismo en nuestro pasado reciente. Más bien hizo (junto con los suyos) como monseñor Setién en aquella famosa fotografía: pasar de largo mirando al suelo delante de la pancarta que sujetaban los angustiados familiares de un secuestrado. Era un vasco secuestrado por otros vascos con los que sí han tenido históricamente muchas más consideraciones.

Pero desde luego, somos bien tontos cuando nos creemos de verdad que a los nacionalistas se les sacia con un plato único. Un día leemos a Urkullu declarando que “no aplaude el proceso catalán” y seguido vemos a Ortuzar (parece el encargado de ese papelón) riéndole las gracias a Puigdemont. “El lendakari siempre ha dicho que no es partidario de la ruptura” decía hace días Erkoreka. Pero me pregunto ¿dónde estaba él cuando la promovió su partido junto a Ibarretxe años atrás?

Todo esto mientras se dan el baño de horizontalidad y centralidad política apoyando al PP en el gobierno español y compartiendo el de Euskadi con el PSOE. Hay pocos estados de ambigüedad tan depurados.
A mí se me hace raro y no sé qué pensar: ¿traidores o listillos? A lo mejor es que somos tontos los demás y por eso abusan. A lo mejor los que estamos por ser amables, tratar a los demás como iguales, con respeto, además de tolerar sus discursos y escuchar sus salidas de tono intermitentes como quitándoles importancia, mirando para otro lado cuando se ponen farrucos, estamos haciendo el tonto. Tontos o buenos, es la cuestión.

Pero desde luego, somos bien tontos cuando nos creemos de verdad que a los nacionalistas se les sacia con un plato único. No solo no se conforman con comer lo mismo que los demás sino que quieren confeccionar el menú para el resto y comer los primeros eligiendo lo mejor.
En realidad a ellos les ha tocado sufrir muy poco (en comparación con otros) aunque lo hinchen mucho.
Nunca traicionan sus principios y los suyos lo saben, no pasa nada por apoyar allí al PP o apoyarse aquí en el PSOE, es sólo cuestión de negocios, de barrer para casa. El título de traidor es para quien les niegue sus exigencias o sea crítico con sus actitudes, esos estarán en el podium de los más odiados. No los pusilánimes o los silentes. No. Sólo detestan a los que se atreven a señalar sus abusos, su hipocresía, su egoísmo sistémico de espalda tiesa.

El nacionalismo ahora ha elegido el papel de árbitro. Como ellos “no estaban” en ningún lugar de la trama cuyo fin era la eliminación física del enemigo español, ahora dicen a los demás donde está el centro: exactamente donde ellos se sitúan. A un lado la derechota fascista heredera de la dictadura y al otro todos los demás.

No hay manera con los nacionalistas, sean vascos o catalanes. Una vez escuché a alguien decir que son así porque no han sufrido lo suficiente. En realidad a ellos les ha tocado sufrir muy poco (en comparación con otros) aunque lo hinchen mucho. A la mitificación de sus actitudes del pasado, en la guerra civil o durante el franquismo, ahora quieren añadir la de su comportamiento frente al terrorismo. Sus mitos se derrumban consultando la historia, no hace falta insistir en ello. Pero salirse de rositas o salirse con la suya aprovechando las debilidades de las circunstancias, es su especialidad. Los nacionalistas y/o independentistas catalanes comparten sin ninguna duda el ADN de los nacionalistas-independentistas vascos. Van aprendiendo los unos de los otros dependiendo del momento.

Quizás dentro de un año, una vez se les derrumbe el tinglado actual, los nacionalistas catalanes hayan aprendido la lección vasca y lleguemos a considerarlos también como unos políticos moderados, quién sabe. ¿Y los ciudadanos independentistas, esos que se desgañitan por las calles? Ojalá pase como en Euskadi, que en cada encuesta son menos.

Pero cuidado porque ellos siempre tendrán presente su misión en este mundo (que es la de todos los fanáticos): vivir por encima y mejor que los demás.
Qué tiempos, como una ficción pero sin héroe.

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