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Los simpatizantes de los criminales etarras se caracterizan por dos condiciones principales, la primera es que ninguno de ellos siente la menor empatía hacia quienes han padecido personalmente el profundo dolor que esa cruel banda ha ido sembrando por toda España a lo largo de generaciones. Ninguno de ellos ha perdido a un padre, a un hijo o a un marido o a un amigo o allegado, asesinado a tiros o con una bomba o después de la tortura de un secuestro brutal. Ninguno de ellos sufre la ausencia diaria de personas queridas cuyas vidas fueron consideradas meros instrumentos para lograr fines políticos; no les importan nada los sentimientos de quienes vivirán ya para siempre con los corazones mutilados por la expresa voluntad de los fanáticos que metódicamente ejecutaron durante tantos años su perversa estrategia. La otra condición que les define es su afán por destruir nuestra Nación, el deseo irrefrenable de dividirla, de romper la convivencia de los españoles, el separatismo como credo existencial. La confluencia de estas dos circunstancias hace que sientan simpatía e incluso complicidad hacia aquellos que han hecho el trabajo sucio para que sea más fácil alcanzar las metas que comparten. Y son muchos, demasiados.

 

Muchos que se sienten fuertes y que están muy contentos de que las fuerzas políticas estén proporcionando a esa banda criminal una vía para seguir estando presente en la sociedad y en la vida pública. Muchos que contribuyen con entusiasmo a legitimar a sus representantes y les ayudan a aprovecharse de las cesiones previas que han hecho posible llegar al actual escenario de descaro y provocación.

 

El individuo que ha sido invitado al Parlamento catalán fue condenado en 2011 por la Audiencia Nacional a diez años de prisión que el Tribunal Supremo se ocupó convenientemente de reducir a seis años .Su inhabilitación para cargo público está en el aire porque el Tribunal Supremo consideró en el caso del parlamentario vasco y etarra Iker Casanova que no quedaba suficientemente especificado en la condena para que cargos en concreto quedaba inhabilitado. Y tan burda decisión sirve ahora como precedente para nuestro famoso terrorista en campaña de promoción y para otros muchos que vendrán después.

 

Esta visita de un terrorista a una institución del Estado es consecuencia del envalentonamiento de los que han visto que los jueces toleran las ruedas de prensa de los etarras más sanguinarios -la última en Usurbil, la más inconcebible e indigna para el Estado de Derecho en Durango- en las que reivindican pública, orgullosa e impunemente su trayectoria criminal; es consecuencia de esas entrevistas frívolas y campechanas, cercanas y comprensivas que se van extendiendo por los medios de comunicación; es consecuencia de un clima de tolerancia, de aceptación del mal menor, de pérdida de dignidad y de respeto hacia nosotros mismos y por supuesto hacia las víctimas del terrorismo, hacia los que ya no pueden alzar la voz. En diciembre de 2014 en Ferguson, Estados Unidos, la población salió a la calle para protestar por el racismo que se había cobrado varias vidas. Una de las pancartas que portaban los manifestantes me impresionó porque reflejaba que el afán de justicia es universal y dignifica al ser humano. Decía “Los muertos no pueden clamar pidiendo justicia, es deber de los vivos hacerlo por ellos”. Aquí nos estamos olvidando de ese deber sagrado que tenemos con nuestros muertos –golpeados por el racismo separatista- los estamos arrumbando en un olvido desagradecido mientras permitimos que quienes segaron sus futuros salgan de la cárcel con subterfugios tramposos, sin cumplir sus condenas, sin colaborar con la justicia y convertidos en personas respetables que se convierten en parlamentarios, alcaldes, concejales o presidentes de partidos que no cumplen la ley.

 

Me pregunto si realmente los españoles nos conformamos con esta corrupción moral que invade a nuestros dirigentes y a las instituciones que nos representan y que les hacen indiferentes ante la institucionalización del mal. ¿Es posible que a los catalanes les parezca bien que un terrorista sea invitado oficialmente por sus representantes políticos? ¿Tan adormecidas pueden llegar a tener sus conciencias? Ayer se produjeron reacciones, hubo protestas e indignación que servirán de muy poco porque lo grave, el problema de fondo, es que se ha tomado la decisión de redimir a Eta y la consecuencia de esa redención es que sus “representantes” están siendo legitimados social y políticamente y pueden optar a acceder a las instituciones y al poder. Muchos –demasiados- se alegran por ello, otros calculan con optimismo e irresponsabilidad las consecuencias que puede tener esta claudicación y a otros no les importa, sienten la indiferencia cansina de los derrotados morales.

 

El famoso terrorista Otegui –ojala ninguno conociéramos su nombre- ha estado un día invitado en el Parlamento de Cataluña, también estuvo en Estrasburgo; es bochornoso, degradante y muy triste. Se podría haber evitado llegar hasta aquí, pero será aún mucho peor si consigue su objetivo de ser lehendakari. Entonces tomará posesión de Ajuria Enea y nadie podrá negar que para Eta mereció la pena matar.

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